El
día 10 de octubre de 2012, nació mi primer nieto, un personajillo al que sus
padres lo han llamado Adrián. El niño ha nacido bien, su madre, Vanesa está
bien.
Para
la familia, este personajillo ha sido como agua de mayo, ha sido un manantial
inmenso de emociones, fue un no saber si reír o llorar; al final impero el
llanto sobre las risas, pero fue un llanto reconciliador, sosegado y
bienvenido.
He
de decir que Vanesa, su madre, es para nosotros como la hija que nunca tuvimos,
que entre ella y su suegra hay una relación tan cordial que más bien parecen
madre e hija.
Llevaba
unos años preguntándome a mí mismo, que significaría un nieto en mi vida. Esa
oscuridad, se desvaneció en el mismo instante en el que apareció ante mis ojos Adrián, ya tenía carta de
naturaleza y formaba parte de la sociedad, un sujeto actor, que no estaba en la
barriga de su madre, nació sobre las 12:50 horas y me sorprendió que tuviera
los ojos tan abiertos, y que esos ojos se dirigieran hacia las voces de los que
allí estábamos.
Desde
ese instante comprendí que iba a ser la persona más acaparadora de mi vida y
que se me ha unido alguien verdaderamente exclusivo, alguien cuya sonrisa y locuacidades que todavía no se entienden,
recién descubiertos, trazan una sonrisa permanente en su rostro y un
estremecimiento de felicidad inmenso en el mío. Es curioso como un ser tan
pequeño ha logrado hacerse un sitio tan grande en mi vida
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