En
mi recuerdo me queda la imagen de una mujer pequeña, temerosa, sensible,
afable, muy tranquila, ojos pequeños como apagados y pelo grisáceo.
Una
de las ultimas evocaciones que me vienen a la memoria fue cuando tuvo su ultimo
alumbramiento –una niña- y como, entre
los años 60/70, se desplazaba desde su domicilio a ocho kilómetros a comprar lo
necesario para pasar la semana, estos ocho kilómetros los hacía caminando, y
junto ella un niño que la acompañaba siempre, -creo que siempre pensó que este
podía protegerla-.
Una mujer que se incorporo al mercado de trabajo
cuando el horario era de sol a sol y que llegaba a su casa, y tenía que cuidar
y darle de comer a sus retoños.
Una
mujer que se sentía satisfecha con la felicidad de los que amaba.
Una
mujer que profesaba un cariño inmenso casi obsesivo hacia su retoño.
Tanto
era el cariño que le profesaba, que para ella era su sostén y su principal pilar, una
mujer por lo que daría todo lo que poseo por poder mirarla de nuevo un solo
instante y recibir de ella un solo abrazo.
Esa
mujer, es mi madre.
La
mujer que te apoya cuando todo el mundo deja
de hacerlo.
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